La Feminista sin Odios

Una feminista que no sabía leer
Clarita era una joven provinciana de finales de los años 40. Vivía en un lugar mezcla de playa y campo, pueblo muy rural árido y polvoriento.
Era de tez trigueña, abundante cabellera y complexión mediana. Alegre y de rasgos agradables. Vestía de manera sencilla, falda debajo de la rodilla y zapatos cómodos de acuerdo a la usanza del pueblo.
No sabía leer ni escribir, esas eran cosas de ciudad, pero lo que no tenía de cultura, le sobraba en inteligencia, voluntad y amor por el prójimo.
Siempre había soñado con un príncipe azul, un hombre que la amara y la llevara de la mano a la aventura del mundo.
A los 14 años sus padres la comprometieron con Hector, un hombre mayor, funcionario de las fuerzas armadas de su país. Al pasar los años tuvieron dos hijas y tres hijos. No es que ella quisiera tener tantos hijos, pero los anticonceptivos de esa época no pasaban de ser unas cuantas yerbas o uno que otro consejillo.
De todas maneras, Clarita se convirtió en una excelente madre, amaba a cada uno de sus hijos y hacía lo que fuera por el bien de ellos. También hacía todo lo posible por complacer a su esposo, ya que, aunque no era el príncipe azul que había soñado, era lo más cercano a su idea del romance.
Se proyectaba el futuro junto a su esposo y juntos construyeron una casa, no en el sentido de solo ordenar labores, sino literalmente. Clarita movía baldes con cemento, agua y arena. Hacía murallas y un sin fin de cosas, a la par que Hector y todo esto sin perder una pizca de feminidad.
Pero Hector, sin ser una mala persona, tenía las costumbres “normales” de esa época y lugar. Era un hombre que veía a su mujer como parte de su propiedad, mandaba a todos y se hacían las cosas como él decía sin derecho a quejas ni razonamientos que lo contradijeran.
Claramente no era el hombre más amable ni más moderno del mundo, pero al menos era un buen proveedor, lo que jugaba a favor porque a Clarita no le faltaba comida ni techo y en contra, porque no tenía la libertad para poder elegir si quería vivir así o no.
Una de las costumbres más arraigadas de Hector, era la de tener al menos dos mujeres, ya que de lo contrario se arriesgaba a ser considerado homosexual ante sus pares, situación que hubiera sido un suicidio social.
Así que Hector no se cuestionó el hecho de tener una doble vida y por supuesto dos familias. No se sabe cuándo se enteró Clarita de esta situación, pero estas cosas no suelen ocultarse por mucho tiempo.
Tampoco se sabe cuántos hijos más tuvo Hector en su otra familia, lo cierto es que, cada vez que decía que iba comprar cigarros, desaparecía de la casa por tiempos bastante prolongados.
Clarita aceptaba esta situación como cualquier mujer de esa época. Mientras el proveedor cumpliera con lo suyo, todo debería marchar sobre ruedas.
Se levantaba temprano para lavar a mano, planchar camisas almidonadas con plancha a carbón y hacer la comida para ella y para sus hijos y cuando estaba comiendo ya estaba pensando en la comida que haría para la cena, porque en esos tiempos la cena era tan importante como la comida del medio día.
Durante la tarde, con suerte podía descansar una horita para seguir haciendo los quehaceres de la casa hasta que llegaba un nuevo día y todo volvía a empezar.
Y así se pasaba una vida que difícilmente daba tiempo para dedicarse a actividades más elevadas como el arte, la música o la filosofía, pero a pesar de esta vida tan cansadora, sacrificada y con tan poco tiempo para pensar, Clarita se fue planteando de a poco, la idea de que algo andaba mal.
Empezó a pensar en el sentido que tenía su vida haciendo lo que hacía. Se cuestionó muchas cosas, y pensó:
“¿es amor lo que siente mi esposo por mí? ¿estoy viviendo lo que había esperado?”
“¿Pueden ser felices mis hijos si ven que su madre no es feliz?”
“Si así es la vida, mis hijas tarde o temprano serán también como yo, ese es el ejemplo que les estoy dejando.”
Pero ¿cómo hacer cambios en esas circunstancias?, tan solo plantearse esa posibilidad en esa época era totalmente inconcebible. Una “mujer separada” era la burla de la sociedad. ¿Cómo sobreviviría sin los recursos que proporcionaba Hector? ¿Qué diría su familia, sus suegros, etc? ¿Cómo cuidaría de sus hijos?
Eran preguntas que la atormentaban como a cualquiera que estuviera en sus zapatos.
Un buen día, llegó Hector a casa, después de tres semanas de ausencia. Lo saludó como siempre, le sirvió la cena y cuando hubo terminado, le preguntó si le había parecido bien la comida y si todo estaba en orden. Hector le dijo que había sido una comida deliciosa.
A lo que Clarita respondió “me alegro mucho querido Hector, ahora agarre sus maletitas, que ya se las tengo listas a la salida y lárguese de aquí”.
Hector quedó tan anonadado por la seguridad y valentía de Clarita, que hizo caso sin siquiera protestar. Tal vez pensando “ya se le pasará” o “ya verá cuando me necesite”. Lo cierto es que después se supo que anduvo rogando por volver, pero Clarita nunca dio pie atrás. Hizo todo lo posible por mantenerse sola y reorganizar su vida.
En esta época, tomar la decisión de Clarita, sería bastante más sencillo, pero al poner todo en el contexto de esos años y esa sociedad, uno se puede dar cuenta que estamos hablando de “la mujer más valiente de su época”. Una verdadera feminista, «sin odios de ninguna clase», que contra todo pronóstico y adversidad luchó con coraje y buen juicio para cambiar lo injusto en su vida y dar ejemplo a su descendencia.
Tuvo nietos a los que quiso más que a nadie y ellos le correspondieron como merecía.
A más de 15 años del fallecimiento de Clarita, sus nietas son mujeres hechas y derechas que siguen su ejemplo y la recuerdan con un amor que traspasa la misma vida.
Yo soy esposo de una de sus nietas y recuerdo con mucha emoción cuando Clarita me contó esta historia y sentí que lo mínimo que merecía una mujer de tal talla, es que al menos un simple hombre como yo, reconociera su grandeza. Una mujer digna de ser alabada, respetada y recordada. Una mujer que quise como si fuera también mi abuelita.
Un beso al cielo para ti querida Clarita.
Alvaro B.

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